En un mundo tan lleno de prejuicios y con en estas luchas de significados, identitarias y de cuerpo, es fácil perder el equilibrio entre lo que consideramos prejuicio y justificación; no es fácil definir los límites hasta donde se debe acoger al otro u otra. Así, nos podemos volver tan censuradores de las actitudes, justificando en nombre de Dios, nuestras muchas formas de ser, hacer o pensar hacia los demás, como también nos podemos volver inmunes a todo crecimiento cristiano, pues nuestras justificaciones se han convertido en una barrera que ni a Dios deja actuar. Este no es un texto para que pienses en otros u otras, está hecho con el ánimo de que evalúes un problema que te ha restado justicia ante Dios.
La pregunta más importante seria ¿Cómo llegamos a una situación como alguna de las mencionadas? Pues empecemos con la de las justificaciones ¿Cómo las volvemos un escudo? A veces puede ser tan sencillo como que percibimos algo que nos molesta, sea porque no entra dentro de los criterios morales, de belleza, de inteligencia, de lo que creemos debe ser o se debe hacer, y de inmediato envolvemos nuestro ser, defendiendo la propiedad que es material, simbólica o que combina estas características. Perderla es algo que no consideramos.
Las justificaciones entonces son nuestra primera arma, mantienen nuestra cohesión interna y administran argumentos que desfiguran todo lo que no proviene de nosotros o nosotras, lo que es intimo se enfila como un ejército dominado por estas armas, por eso mismo llegaremos a límites insospechados que incluyen muchas veces la muerte de aquello que nos genera esta crisis. Un ejemplo quizás muy interesante, sería escuchar como personas que viven una diversidad sexual y/o de género se sentirían ante una predicación como la de Mateo 19 1-12, donde el divorcio y el tema de pareja resuenan con un lenguaje heteronormativo.
Una primera opción sería irnos sin terminar de escuchar al mismo Jesús, la otra escuchar hasta el final y encontrar en ese versículo 11 y 12, una justificación a nuestra existencia que nos defiende de la discriminación histórica. Si, es posible y muchos o muchas podrán tomar mis palabras de los anteriores párrafos y decir que nuestra justificación ahí, es solo eso, una manera de resistir a Dios y acomodar el texto a nuestros intereses. ¿Cómo discernir cuando estamos siendo justificados en Cristo, o cuando estamos justificando lo que nos impide llegar a Dios?
Ese asunto no es fácil, pues debemos clarificar nuestras propias intenciones en principio, debemos descubrir si eso que justificamos como el más precioso de los hijos, eso ¿podrías entregarlo a Dios como Abraham? Es interesante que este primer pacto de grandeza, Dios se lo diera a quien estuvo dispuesto a entregar lo más valioso que tenia. Ahí está la prueba mayor, si eres capaz de orar a Dios y decirle que tome eso tan valioso que defiendes y te lo quite si así es su voluntad, de verdad sabrás si Dios lo justifica en tu vida.
Pero la oración no será suficiente… la vida sumergida en esta oración será solo una guía… no seas el joven rico que no pasara por el ojo de la aguja. Y esto aplica para ambos extremos, sea que justifiques como censuras al mundo o sea que justifiques el mundo que no quieres censurar.
No es cristiano construir prejuicios, no debemos juzgar nosotr@s. Para ser just@s es conveniente tomar la actitud contraria que dicta nuestra personalidad, si somos conservadores en nuestros valores e ideales, solo seremos justos si nos abrimos; si somos liberales en nuestras concepciones, es prudente para ser justos, atarnos a lo tradicional. El extrovertido debe buscar intimidad, el introvertido darse a los demás… el orgulloso debe inclinarse y el humilde enaltecerse, en fin, son solo ejemplos…
Mientras nos quedamos en nuestras formas de ser, tan solo estamos siendo propietarios de nosotros y nosotras, no caminamos ningún terreno nuevo porque estamos en casa, solo cuando las abandonándonos es que somos misioneros, pues dejamos la seguridad de lo que somos, hacemos, sentimos o creemos para caminar tierras desconocidas. Nunca antes había entendido tan bién, lo que es caminar a Cristo y caminar como Cristo.
No dejes entonces de identificar tus tesoros para entregárselos, el ser humano vive apropiando cada día de su vida muchas cosas, pues no solo tenemos propiedades materiales, nuestros pensamientos, creencias, morales, lógicas, etc., también son propiedades que furiosamente defendemos. Puedes no creerlo, pero deja a Dios actuar en tu vida, esa es la única justificación.
Oración (Colosenses 3): Renuévame a Imagen de Dios
Mi Amig@, que me has resucitado en Cristo, permíteme buscar las cosas del cielo, al mismo Cristo, permíteme pensar solo en las cosas del cielo y morir para que mi vida este escondida en Cristo. Cristo se mi vida. Que muera a todo lo terrenal que hay en mí, que mi sexualidad y mi género sea vivida conforme a tu voluntad, que no haga cosas impuras, te entrego mis pasiones y deseos, que no sea avar@ y que no retorne a mi vida pasada.
Permíteme dejar el enojo, la pasión, la maldad, los insultos y las palabras indecentes; no me permitas mentir a l@s otr@s, líbrame de mi vieja naturaleza y de las cosas que antes hacía, revísteme de esa nueva naturaleza: “la del nuevo hombre, que se va Renovando a Imagen de Dios, su Creador, para llegar a conocerle plenamente”. Que no tenga importancia mi raza o mi etnia, mi posición económica, mi sexualidad o mi género, mi salud o enfermedad, si soy de ahí o los conocimientos que tenga, mis concepciones o mis sueños. Permíteme comprender que Cristo es todo y está en tod@s.
Dios que me amas y me has escogido para que pertenezca a tu pueblo, permíteme vivir revestido de verdadera compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia. Permitenos ser pacientes un@s con otr@s y que pueda perdonar si tengo alguna queja contra otr@, pues así como Tu me perdonaste, yo perdone.